“…ÉL… NOS CONSUELA PARA QUE PODAMOS… CONSOLAR… ” (2 Corintios 1:4)
Para determinar dónde puedes servir mejor, examina estas áreas de tu experiencia:
(1) La familia. ¿Qué aprendiste conforme te ibas haciendo mayor?
(2) La educación. ¿Cuáles eran tus asignaturas favoritas en la escuela?
(3) La vocación. ¿En qué trabajos destacaste y de cuáles disfrutaste?
(4) La espiritual. ¿Cuáles han sido tus momentos más significativos con Dios?
(5) El ministerio. ¿Dónde Le has servido con más eficacia?
(6) El dolor. ¿De qué problemas, heridas, aguijones y pruebas has aprendido más?
¡Dios nunca desaprovecha una herida! A menudo, el ministerio más importante vendrá de tus luchas mayores. ¿Quiénes están mejor cualificados para ayudar a los padres de un niño autista que los padres que tienen uno?, ¿o al alcohólico/adicto a recuperarse que aquellos que han luchado contra el mismo demonio y vencieron?, ¿o para ministrar a los divorciados que aquél que ha caminado entre “sus llamas”?
Las experiencias que más has resentido y lamentado son a veces las que Dios quiere que uses para ayudar a otros. ¡Ellas son tu ministerio! Pero debes comenzar a compartirlas. La gente siempre es más alentada cuando compartimos cómo la gracia del Señor nos ayudó en nuestras debilidades que cuando nos jactamos de nuestros puntos fuertes. Pablo comprendió esta verdad. Escucha: “Hermanos, no queremos que ignoréis acerca de la tribulación que nos sobrevino en Asia, pues fuimos abrumados en gran manera más allá de nuestras fuerzas… Pero [eso sucedió]… para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. Él nos libró… nos libra y… nos librará…” (2 Corintios 1:8-10). No escondas tu dolor; ¡úsalo para ayudar a otros!